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María Pía: «¿Qué es la muerte?»

Nicolás Vigo | María Pía (Así la llamaré para no revelar su nombre) es inteligente, sabia, piadosa como su nombre y creyente; pero también libre e impulsiva. En las cosas de Dios nadie le gana; y en las cosas de la tierra, todos le sacan ventaja. A veces pienso que ella no es terrena, que cayó por error en «este valle de lágrimas», y que, en cualquier momento, retornará al cielo.

Ella es americana del norte, salvaje como sus ancestros. Adaptativa y camaleónica, visceral y dulce; pienso que su clima inclemente, gélido en invierno y majestuoso en verano, tiene mucho que ver con su personalidad.

Uno de estos días recibí su mensaje. Era largo y mal escrito. En el texto se colaban palabras en inglés, otras en español onomatopéyico. Pero ese no era el centro del mensaje. La escritura no era lo importante. Más bien diría que, en esas letras castellanas e inglesas, se escondía una pregunta existencial. Una de esas que te dejan la piel como de gallina y la mente inmóvil y en paréntesis: absorta.

María Pía, decía: «Dime Nico, ¿por qué la muerte triunfa siempre y acaba a la vida? Esto no es justo» Leída la pregunta, no tuve respuesta. Me sentí sorprendido. Mi mente, inmediatamente, salió en mi ayuda. Me lanzó un múltiple salvavidas de versos poéticos y definiciones filosóficas, metafísicas. Yo, que soy ciudadano de la utopía y eterno inquilino de la poesía y la libertad, me puse a rumiarlos.

Lo primero que llegó a mi mente fueron los versos de Miguel de Unamuno: «¿Aurora de otro mundo es nuestro ocaso? / Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro: / «Morir… dormir…dormir…soñar acaso!». Ciertamente, el poeta se pregunta si el morir es como un sueño, en el que amanecemos en otro mundo. El poeta sabe que la muerte es inevitable; que, ante ella, no vale oponer resistencia; por el contrario, más bien, soñar para seguir viviendo, porque la vida ya trae dentro de sí la muerte.

Igualmente, surgió espontáneo el verso de Blas de Otero, aquel español social, que habla de enmendar la vida y gastarla en aquello que vale la pena, siendo uno mismo, auténtico y libre. No callando ni disimulando el pasado, sino rehaciéndolo: «Vuelvo a la vida con mi muerte al hombro / abominando cuanto he escrito: escombro / del hombre aquel que fui cuando callaba».

Pero, sin duda, uno de los versos que habla de la vida y de la muerte como una historia de amor desbordante es de santa Teresa de Jesús, quien entiende la vida como un llegar a Dios por amor. Tanto así que, desde la vida plena, ansía la otra vida, mejor: «Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero».

Asimismo, San Juan de la Cruz desea ya estar con Dios en la otra vida. El poeta y místico español, arde en amor y en deseo de superar las muertes cotidianas. Aquellas muertes que nos afean y retrasan la vida plena: «Esta vida que yo vivo / es privación de vivir; / y así, es continuo morir / hasta que viva contigo. / Oye, mi Dios, lo que digo: / que esta vida no la quiero, / que muero porque no muero».

También llegó a mi memoria, para seducirme, el romance de Federico García Lorca: «Madre, cuando yo me muera, / que se enteren los señores. / Pon telegramas azules / que vayan del sur al norte». Lorca no teme a la muerte y la ve como un acontecimiento feliz que hay que comunicar y, nunca, callar.

Después de rumiar semejante carga significativa de imágenes y decodificar tan completas metáforas, me sentí valiente e iluminado, capacitado para dar una metáfora a mi querida María Pía. Cogí el móvil y me puse a escribir:

«Ma Pi, ya sabes que la vida es viaje y movimiento, inicio y fin, huida y llegada. Un éxodo de nubes que pasan veloces y sin rumbo asegurado: van inventando su camino. Su mérito está en pasar sobre la tierra de la mejor manera: con dignidad. Tiene poco tiempo para hacer la mejor historia. Durante su viaje gaseoso, ellas se forman, expanden, juguetean, maduran, llueven y desaparecen. En realidad, solo disfrutan de instantes de plenitud. Luego mueren. Inmediatamente vienen otras a repetir su esfuerzo y hacer la misma danza eterna y ritual; y así, una y mil veces más, por toda la eternidad.

Así somos nosotros, María Pía. Somos un ejército de hombres: nubes fugaces, etéreas y breves, que ejercitan su mejor función e intentan hacer su papel revelador. Siempre de prisa, como fustigados por un reloj invisible y tirano. En realidad, también somos como las nubes: luchamos contra los fantasmas y el tiempo. También ellas esquivan los huracanes e intentan alargar el tiempo, verdugo implacable; como nosotros domamos el dolor, la vejez y la muerte temida.

Querida María Pía, no maldigas ni te agobies por la muerte. Más bien concéntrate en la vida. A la muerte se la ignora sin ignorarla. ¿Cómo así? Con la vida plena, apasionada; ocupada en el mejor oficio del mundo: amar. Solo ama a la vida y ella será tu aliada: madre y amiga.

Trabaja en hacerte a ti misma y en darte a los demás. Descubre aquello que eres: un ser lleno de talentos, capacidades y potencialidades. Quédate con aquello que te hace especial, única y diferente. Es tu valor. Sé tú: vida y amor. Y te recuerdo el verso lapidario que rescaté en el mejor Quevedo: «su cuerpo dejará, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrán sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado».