Lo planificado y lo imprevisible

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Luis Felipe Edquén | Fotografía de Motivarte| El año 2020 será recordado como el año de la pandemia. Una tragedia, que, sin duda, nos deja una lección muy importante que hay que tomar en cuenta, cuando pensamos en hacer las cosas. Normalmente, casi siempre planificamos lo que queremos hacer, a largo o corto plazo; sin embargo, se nos olvida dejar un pequeño porcentaje para lo inesperado e imprevisible.

La Real Academia de la Lengua Española (RAE) define a la planificación como: «Acción y efecto de planificar», lo que podemos interpretar, como: aquello que se hace por medio de un plan, método o estrategia. Esto nos remite a lo que decíamos antes: planificar es para el ser humano necesario e indispensable.  

El libro de la Biblia, Proverbios, dice los siguiente: «El hombre prudente actúa con conocimiento, el necio esparce necedad» (13,16). Es decir, el conocimiento se relaciona con la planificación, porque el sabio, ve, analiza, compara, calcula y evalúa; en cambio, el necio no. No obstante, ¿Que sucede si esta acción se paraliza por una pandemia? ¿Qué hacemos con lo planificado para este año? ¿Qué pasará después de la pandemia? Sin duda estas preguntas han acompañado este año a planificadores y no planificadores.

Asimismo, esta realidad nos ha hecho caer en la cuenta, que somos limitados. Una micropartícula puede paralizar y cambiarlo todo. Y no solo eso. Un virus nos ha demostrado de que estamos en amenaza constante. En realidad, nuestra naturaleza es muy frágil.  Y algo tan pequeño, invisible al ojo humano, ha truncado la convivencia, casi monótona, en la que vivíamos. Y esto, irremediablemente, nos planeta que es necesario asumir una nueva manera de convivir.

¿Cómo podemos definir un año como este, a unos días de empezar ya el 2021? Lo podemos hacer de diferentes modos: atípico, paréntesis, anormal, etc. Sin embargo, es importante resaltar que este año también han pululado protagonistas «chaqueteros», que han jugado a la solidaridad; muchos de ellos no han sabido la diferencia entre «ayudar» y «humillar» y han creado una cadena de «solidaridad», que humilla en vez de dignificar.

Y, a unos días de terminar el año, me pregunto: ¿estaremos ya en capacidad de poder cambiar nuestra realidad, y, nuestra manera de pensar, el próximo año? Ya que, muchas veces, «un nuevo comienzo» es la excusa perfecta para decir: «cambiaré» y no hacerlo. ¿Por qué no empezar a planificar de una vez?  Hoy mismo. Y no esperar las 12.00 horas del último día del año para pensarlo.

No hay que olvidar que 2020 no ha sido un año cualquiera. Este permanecerá, y perpetuará, el sentido de causa-efecto y tragedia. Por lo tanto, hay que empezar a reflexionar sobre lo el año que viene.

No hay que ser tacaños a la hora de planificar. Hay que fijar metas y objetivos que nos lleve más allá. Que nos permitan soñar y apostar por lo sorprendente. Para esto, es requisito indispensable, cambiar nuestra manera de pensar; ya que solo así, podremos obtener grandes logros. Es triunfador, aquel que persevera y lucha para lograr lo propuesto.

En conclusión, queda demostrado que la naturaleza se impone a la humanidad. No podemos ser ajenos a ella. Los planes no siempre se realizan como se planifican, porque muchas veces dejamos de lado, un espacio para lo imprevisible. La naturaleza es una sorpresa, aún no del todo revelada, que nos pueden cambiar todo. Y, sobre la planificación razonada, nos vienen bien las palabras de Alejandro Gándara, sobre la esclavitud voluntaria y la ciudanía libre: «La diferencia entre un esclavo y un ciudadano es que el ciudadano puede preguntarse por su vida y cambiarla».

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