Las calles, realidades físicas y conceptuales, nacidas por una necesidad práctica, también han sido, a lo largo de la historia, un espacio para la socialización y la democracia. Los ciudadanos han visto en ellas un sitio ideal para defender sus derechos. Ellas siempre han sido un foro de reivindicaciones. Y es que la calle es una aliada silenciosa, incondicional, con la que cuentan los invisibles para hacerse ver en la esfera pública.
Y si uno mira la historia, han sido las calles y sus gentes el terror de tiranos y opresores. Basta hacer un paseo fugaz por las oleadas que ha dado la historia para constatar esta verdad: En las calles, a grito de libertad, se tomó La Bastilla y empezó la Revolución francesa el 14 de julio de 1789. En la India, la pacífica Marcha de la sal, liderada por Mahatma Gandhi, 12 de marzo de 1930, lideró el camino de la independencia. Ni que decir de los Disturbios de Soweto, en Johannesburgo (Sudáfrica), el 16 de Junio de 1976, que lograrán la abolición del Apartheid. Asimismo, la Huelga en los astilleros de Gdansk, en Polonia, el 14 de agosto de 1980, obligó al gobierno comunista de Polonia a legalizar las “Solidarnosc”. Y en nuestro siglo, cómo no mencionar a las mujeres de Liberia y su Marcha por la paz. Estas africanas “cansadas por las más de 50,000 vidas arrancadas por la guerra, forzaron un acuerdo de paz entre el gobierno y las dos fuerzas rebeldes”.
Y cuando uno mira la fotografía del joven chino que pasó a la historia como El hombre del tanque de Tiananmen, que hace frente a la columna de tanques del ejército chino -La respuesta de Deng Xiaoping fue acribillar a cientos de jóvenes-, nos hace pensar en la fuerza de la juventud y el pánico que le tienen los tiranos. Otro claro ejemplo de ello es la rebelión estudiantil en México, en 1968, contado magistralmente por Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco, quien describe en primera persona el entusiasmo de los jóvenes y su lucha.
Sin duda, los mejores aliados de las calles han sido los jóvenes. Ellos han visto en ellas su espacio natural, propio, para hacer volar sus ideales. Bien podemos decir que el pavor de los regímenes totalitarios siempre han sido los jóvenes. Es más, la universidad continuamente ha estado reñida con los gobiernos corruptos y opresores. Las voces disidentes y la protesta impetuosa siempre han encendido su chispa en las tertulias de estudiantes, entusiastas y apasionados.
Eso ha sido así en toda la historia. Las calles han sido el escenario y los jóvenes, los actores. Ellos han encarnado la sed de justicia. La juventud ha sido sinónimo de ideales, de sueños, de luchas. Los jóvenes llevaban la justicia en sus poros. Su grito estaba alerta para denunciar la felonía, la traición y la putrefacción social; no obstante, en la actualidad, me pregunto: ¿Dónde están los jóvenes? ¿Qué pasó con esos matrimonios naturales entre la juventud y la calle, entre la juventud y la justicia? Lo siento. Nuestros jóvenes se han hecho viejos.
Peligrosamente, hoy los jóvenes duermen. Los tiranos de la postmodernidad los crían adormecidos y lánguidos. Han secuestrado sus mentes y han canjeado su pensamiento crítico, inconforme, por ‘realidades aumentadas’ y placeres efímeros y baratos. No nos debe sorprender que nuestros jóvenes cacen ‘Pokemones’, mientras los corruptos se reparten el país y ensayan su mejor plan para mantenerlos mudos.
¿Y las calles?, antiguas aliadas de jóvenes, luchadores e inconformes, callan sucias y desérticas, lamentando el triunfo de los delincuentes y mirando impávidas la instauración de la era de la corrupción, las cortinas de humo y la impunidad.