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La pandemia que nos cuestiona

Nicolás Vigo | Fotografía, El país | Después de la desescalada y el relajamiento de la cuarentena, que emprende Europa, América vuelve a fantasear con la vida. A sonreír nuevamente y a desempacar los sueños escondidos.

Si Asia y Europa salen a la calle, los del otro lado del charco, pronto enviarán el cuervo y la paloma, para ver si ya se puede pisar tierra firme.

Este proceso sería lo ideal. No obstante, ese «pronto», para nosotros, los de América Latina, será prolongado y doloroso.

Nuestra realidad es otra. Por el contrario, nos preparamos para recibir a la muerte con saña y virulencia. Ojalá ella sea compasiva con los pobres.

En algunos lugares del norte de Perú: Iquitos, Lambayeque y Piura, hemos vivido semanas de zozobra y funerales austeros y solitarios, casi clandestinos.

Las palabras de san Agustín en la Ciudad de Dios, describen muy bien el sentir de los peruanos de esas regiones: «Vivimos una experiencia de muerte, enterrando muertos y esperando ser enterrados».

Mientras la pandemia arrecia y escribe su historia sangrienta de ensañamiento con los frágiles sistemas de salud Latinoamericanos, los seres humanos buscan explicaciones. Es el derecho de los pobres, o mejor aún, su único analgésico para sobrevivir.

En esa danza ritual, de reto a la muerte -o intentado huir de ella-, el imaginario latinoamericano ha elaborado, como tópicos, frases ingeniosas y prefabricadas. Aquellas que se suelen tirar al mar, como salvavidas de hule, cuando todo se hunde y no hay más que hacer.

Expresiones, como: «La vida nos está dando una lección» o «estamos pagando el precio por nuestra soberbia». También hemos tenido otras expresiones ingeniosas, elaboradas para todos los gustos, algunas de ellas, veterotestamentarias, que apelaban a la «ira de Dios» y a «la justicia divina»; incluso, muchas, describían «la indolencia de Dios».

También algún cristiano estoico respondía, como contraargumento: «Dios respeta la libertad del hombre», «él no puede intervenir». ¡Qué será!

No vamos a juzgar la inferencia lógica o falaz de los enunciados; no obstante, creo que el origen de estas explicaciones, han sido el temor y el desconsuelo. Emociones legítimas, usadas como escudos, para explicar esta realidad que les sobrepasa.

Ante una pandemia como esta, lo que más ha hace falta es información y conocimiento. Armas letales para rematar al virus, de una buena vez. Sin embargo, nadie, en el mundo, las ha tenido a tiempo.

A pesar de ello, lo que sí ha comprendido bien el ser humano, rico o pobre, del primer mundo o de la más lejana «república bananera», es que, como especie, somos muy vulnerables; que nos podemos extinguir fácilmente, sin mucho esfuerzo y en cualquier momento.

Un virus pequeño, microscópico, amenaza «jaque mate» a toda la humanidad.

Y, por otro lado, los hombres se han dado cuenta de que necesitan héroes para sus historias. No podemos vivir sin ellos. Hace falta identificarlos, ponerles rostros, nombres y colocarlos en pódium del triunfo, con el objetivo de darnos esperanza para seguir viviendo. Si renunciamos a la esperanza estamos perdidos.

Además, esta pandemia, nos han hecho tomar conciencia de que hemos vivido mal. Las decisiones y el ritmo que hemos imprimido a nuestra vida, no han sido otras cosas que las palabras del sabio Qohelet: «vanidad de vanidades y caza de viento».

Hemos invertido nuestro tiempo -y nuestra vida misma-, en algo tan fugaz y efímero. Nuestros valores y conductas que hemos entronizado, no han sido sólidos: se hundieron al embiste más endeble.

Sus escombros denuncian nuestra ceguera existencial. Hemos corrido detrás de sensaciones y hemos descuidado lo esencial.

Ante esta dolorosa realidad, solo nos queda una cosa por hacer: reorientar nuestra metas y objetivos, que en realidad no lo eran. Debemos ser resilientes y sobrevivir, aunque sea doloso.

Heidegger, diría: «nadie quiere confesarse a sí mismo la falta de metas». Pero es necesario que seamos sinceros: nuestro objetivo debe ser vivir libres y sin temor.

Todo indica que después de la pandemia, el mundo será mendigo de humanidad. Necesitado de Amor. Cambiará el ritmo frenético de su vida.

El hombre, de después de la pandemia, lo pensará dos veces, antes de entregarse a la danza ciega del consumismo y la apariencia, a la carrera estéril del descarte y la indiferencia o la pose payasa de la estupidez y el sinsentido.

Soñamos que el hombre gastará más tiempo en vivir dentro de sí: humano, reconciliado y en paz. Y, además, extenderá lazos de solidaridad, alteridad y empatía hacia los demás.

Sin duda, si la muerte es misericordiosa con nosotros, después de esta experiencia pavorosa, casi mortal, se los aseguro: ya no seremos los mismos.