El joven es el presente

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“La juventud anuncia al hombre como la mañana al día”. Sin duda, esta frase de John Milton recoge la importancia de la juventud para el ser humano. La juventud es el despertar de la creatividad, es el cenit del ímpetu, es el imperio de la pasión. ¡Bendita juventud! ¡Quién pudiera encerrarla en la cárcel de nuestro cuerpo y tenerla para siempre! Es más, los seres humanos jamás quisiéramos que suceda aquello que recita Rubén Darío en su poesía: “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver”. Nunca queremos perder la juventud.

La juventud es como una lámpara que arde y que el sabio levanta para alumbrar el árido sendero de la sociedad envejecida. Siempre la juventud será una luz renovadora. Una luz que se atreve a desafiar a la estupidez acumulada de una sociedad enferma. Es más, sólo el sutil y fresco estilo del joven es capaz de ridiculizar las ideas de los ‘talibanes’ confesos, de aquellos hombres grises de mente cerrada, carceleros de la verdad. La juventud pone en ridículo a aquellos seres que se sienten jueces de las opiniones por el hecho de haber vivido mucho. A ellos, la juventud les recuerda que las ideas, como la vida, son dinámicas y cambiantes: que nada es estático. Que ellas no se pueden encerrar en las galeras del dogmatismo y la tiranía. Los jóvenes sí pueden cambiar el mundo. Ellos tienen la energía y el coraje para hacerlo.

Con tristeza vemos que la sociedad actual no es otra cosa que la tiranía de los viejos. Sí, la gerontocracia es dueña del mundo y los jóvenes han sido relegados al limbo del después. Nuestros jóvenes se contentan con ser pasajeros eternos del coche infantil. Juegan a ser eternos jóvenes. Se han creído aquello que “son el futuro”. Yo diría que son el presente. Su tiempo es hoy.

¡Pobres jóvenes! Decía un querido profesor mío: “Los jóvenes esperan hacerse viejos para ocupar los puestos que los ancianos dejarán por muerte o demencia senil”.  Es verdad. Tiene razón. Lo triste es que para cuando llegue ese momento, los jóvenes de hoy ya se habrán hecho viejos. ¡Ya no serán jóvenes! Habrán perdido la lozanía de su juventud. ¡Qué terrible desgracia!

¿Qué pasa con los jóvenes? ¿Por qué no se les toma en cuenta? ¿Por qué no se cree en ellos? Los jóvenes son líderes innatos, capaces de ilusionar a los demás. Sus ideas bullen en una espiral infinita de energía y pasión. Ellos poseen una forma especial de ver el mundo. Aún creen en el amor. Su mente aún no está contaminada por fundamentalismos, filias y fobias fabricadas por los viejos. Su mirada todavía es diáfana, transparente, sincera: sin malicia. Aún no han pactado con el poder.

Abogo por los jóvenes. Ellos gozan de la fuerza vital, necesaria. Tienen en su mente la creatividad empozada, virginal. Y lo más importante, poseen visión de futuro: saben arriesgar. – Riesgo es lo que le falta al mundo-. Ellos, además, son dueños de una visión positiva de la vida: la aman. Se encandilan con los derechos humanos: creen en la justicia. Están enamorados de la libertad. Enaltecen la igualdad y sueñan el mundo como una escuela de fraternidad y amor. ¿Qué más necesitan creer? ¿Qué más tienen que adjuntar en su currículum vitae?

Creo que debemos dejar al joven de hoy ser el líder del presente. No cometamos el terrible crimen de postergarlos para mañana. No los dejemos de lado. ¡No hagamos tal filicidio! El tiempo de los jóvenes es hoy, y su futuro es… su hoy prolongado.

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