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El hoy de los jóvenes

La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) dejó una serie de imágenes relacionadas con el Papa. Francisco no sólo hizo gestos de cercanía y sencillez, a los que ya nos tiene acostumbrados: romper el protocolo, abrazar, besar, recibir regalos, poner en aprietos a su seguridad, etc.; sino también dejó frases redondas que necesitan ser aplicadas y superar el “¡Qué bonito!”.

Durante la misa de envío, el día en el que cerraba la JMJ, el Papa hizo un llamado a los jóvenes a salir de su letargo y animarse a ser protagonistas en la sociedad. No tienen que esperar, “como si ser joven, dijo el Papa, fuera sinónimo de sala de espera de quien aguarda el turno de su hora”.

El Papa sabe muy bien, que los jóvenes no son tenidos en cuenta y, que muchas veces, los adultos no los dejan ocupar puestos de liderazgo o de importancia en la sociedad, porque les temen. Es mejor tenerlos sentados, entretenidos, en la sala de espera. Allí se les ha puesto todo lo necesario para entretenerlos y callarlos.

Interpreto que el temor de los adultos va en dos sentidos: el primero, temen perder el poder. No pueden aceptar que un joven ocupe un puesto importante y, lo más terrible, que lo haga bien. Eso lo constatamos todos los días en las empresas e instituciones.

En segundo lugar, es cuestión de talento y capacidad. Los adultos no quieren que se ponga en evidencia su mediocridad y su falta de preparación; es decir, los jóvenes de la posmodernidad están mejor preparados que las generaciones anteriores, porque han nacido con la tecnología, la globalización y tienen a la sociedad del conocimiento a su alcance: universidades, libros, profesionales e internet. Como dice un querido amigo: “En este tiempo, el que se queda ignorante, es porque quiere. Antes toparse con un doctor era imposible. Ahora los tienes a la vuelta de la esquina”.

No obstante, los jóvenes ya han conquistado algunas victorias. Por ejemplo, romper el viejo mito de que “los jóvenes son el futuro”. Nada más alejado de la verdad. El joven es el presente.

Por eso, cuando estuve mezclado con ese mar de jóvenes de la JMJ en Panamá, hice fiesta al escuchar las palabras del Papa Francisco, que aguijoneaban a los jóvenes y ponía en su sitio a los adultos: “Ustedes son el ahora de Dios y Señor, no son un mientras tanto”. Levanté las manos y grité, porque sentí que por fin se hacía justicia a la propia vida.

Es decir, si la juventud es el “divino tesoro que se va para no volver”, ¿por qué dejar que el ímpetu, la pasión, la creatividad y la fuerza disminuyan, para dejar recién a que los jóvenes, que ya serían viejos, puedan por fin poner sus capacidades y habilidades al servicio de la sociedad?

Si hacemos una lectura justa, aquellos ya no son jóvenes. Han cruzado la frontera existencial: se han hecho viejos. Y la frase del Papa no sólo tiene que ver con el liderazgo en la sociedad, sino también con la vivencia de la fe.

Dejemos que los jóvenes sean jóvenes: que “hagan bulla”, que “armen lío”, que pongan en práctica sus sueños, que se caigan y se levanten, que hagan su propia experiencia.

Tal vez en ese hacer de los jóvenes, esté el secreto para la transformación de la sociedad envejecida, del salto de los intereses creados hacia la utopía de la fraternidad universal y el bien común.