Cada vez que me topo con personas felices, me doy cuenta de que lo común que ellas tienen es que son libres. Es la libertad de la que gozan la que les proporciona la felicidad. No hay otro secreto. En realidad, ella es el valor más preciado al que debe aspirar todo ser humano.
Sobre ello san Pablo, en la Carta a los gálatas, les exhorta con una autoridad casi paterna: «Cristo nos liberó para ser libres. Manténganse, pues, firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud.» Y sobre este mismo tema, Oscar Wilde dice: “Sólo hay dos tragedias en la vida: una cosiste en no conseguir lo que uno quiere y, la otra, en precisamente conseguirlo”.
Lo que pasa es que el ser humano se empeña en hacerse esclavo. Muy fácilmente da en prenda su libertad. La vende por nada. Renuncia a ella alegremente por algún apego miserable e insignificante. Si hacemos el balance, nos daremos cuenta de que la libertad no tiene precio. No se debe perder así por así. Sin ella, el hombre se hace cautivo, dependiente de cosas y mendigo de sentimientos.
¿Qué es el apego?
San Francisco de Asís decía: “Necesito muy pocas cosas y las pocas cosas que necesito, las necesito muy poco”. Ahí está la clave. En tener el corazón limpio, libre de cosas y personas. Liberado de filias y fobias. Nada debe robarnos la paz interior. Nada debe turbar nuestro corazón. Borja Vilaseca dice sobre el apego: “Es un gran devorador de nuestra paz interior… es uno de los virus más letales que atentan contra la salud emocional de nuestra especie”.
La gente se empeña en tener cosas. Y adueñarse de personas. Nunca está satisfecha. Rafael Santandreu suele decir que “lo único que necesita el ser humano es agua y comida”. No necesita más para ser feliz; no obstante, las personas cuánto más tienen necesitan más. Se aferran a cosas y sin ellas no se sienten realizadas. Y lo peor es que, en ello, se les va la vida y la salud.
Otros se aferran a los seres humanos, los quieren poseer, dirigir y gobernar. Llegan al extremo de decir que no podrían vivir sin tal o cual persona. Esto es una gran necedad. En realidad, nadie nos pertenece. No podemos controlar a los demás. No podemos violentar su yo ni secuestrar sus sentimientos. Sólo somos dueños de nosotros mismos. Y de nadie más. Y no necesitamos de nada exterior para encontrar la felicidad. Ella, en realidad, es interior.
Es urgente liberarnos del deseo de tener, de poseer; de controlar y someter a los demás. Cuando nos liberemos, seremos más libres; más felices. Libres para ser nosotros mismos; para trazar nuestro camino a la felicidad; para encontrar la verdadera libertad que hunde sus raíces en el interior de cada persona.