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COVID – 19: ¡No nos podemos morir!

Nicolás Vigo | ¿Por cuánto tiempo podrá la sociedad aguantar esta pandemia? ¿Cómo pudo pasarnos esto? ¿Por qué no nos dimos cuenta? ¿Cómo será nuestra vida después del coronavirus? Son preguntas que nos hacemos intentando encontrar una explicación, o más bien, queriendo no ver lo sucedido. Y en verdad, es que no lo queremos ver.

Nos resistimos a aceptar las cifras, a mirar las escenas de muerte que se dan en el mundo, a cada minuto. Un país supera al otro en muertos, como si se tratara de una competencia macabra: lúgubre. Una guerra medieval.

Sin darnos cuenta, parece que estamos representando el guion de una película de zombis. En ella los seres humanos son perseguidos por un virus letal que está en el aire. Hay que huir a toda prisa para que no nos alcance. Hay que encerrarnos en casa. Ocultarnos en el sótano. Debemos escapar del aire, porque si nos alcanza: nos matará.

El ser humano, que creía vivir en un mundo feliz, perfecto; de pronto se ha dado cuenta, que, en realidad, vivía dentro de una esfera de cristal, quebradiza, en el que todo lo que había colocado en su mundo artificial tenía fallas terribles. Y no las vio. Ahora todo es venenoso, virulento: letal. En realidad, hemos jugado a hacer castillos futuristas, de naipes. Y de repente, esos castillos posmodernos, finos y de colores, se desplomaron sobre nosotros.

De la noche a la mañana, el hombre del siglo XXI despertó y se encontró cara a cara con la muerte. Ella estaba sobre su cabeza, ansiosa, apurada para dar su abrazo letal. De un día para otro, el hombre posmoderno se topó con sus peores miedos. Y, estos, le restregaron en su rostro su fragilidad.

El abrazo y el beso que nos dábamos, ya no expresarán más, cercanía y cariño. Hoy nos salva la vida la distancia. Tenemos que renunciar al otro, a los que amamos. Necesitamos alejarnos de los demás, porque nos hemos convertido en peligrosos. Detrás de la sonrisa se esconde la sospecha. Tu cercanía me puede matar.

Si te quedas en casa salvas la vida. Lo hacemos. Obedecemos con gusto, ¿Pero hasta cuándo? Nunca la cárcel ha sido terapéutica. Nuestro ADN es de seres nómadas: libres y salvajes. El encierro y el ostracismo nos hieren.

El mundo está quieto. Fuera de sí. La construcción social, perfecta, revolucionaría, creativa, garantizadora de derechos humanos, vive una angustiosa parálisis que podría quebrar su columna vertebral. El modelo económico, que ya derramaba aceite, hoy parece que llega a su fin.

La humanidad tiene una herida muy grande que difícilmente podrá curar. Si sobrevivimos a esta pandemia, podremos contar a nuestros hijos, lo que pasó en los tiempos del coronavirus. Y contaremos también nuestro pavor y nuestra inhumanidad. ¡Ojalá Dios permita nuestra supervivencia!

Esta herida, además, pondrá a prueba al ser humano. Nos desmitificará. Nos sacará de ese letargo soso en el que hemos vivido. La sociedad de bienestar parece que se derrumbará lenta y con estrépito. Y con ella muchos mitos más: uno a uno caen los falsos dioses que nos hemos fabricado.

Al ver esta experiencia de muerte nos resistimos a morir. -Nunca antes hemos deseado tanto la eternidad-. Ante esta amarga verdad, nos blindamos de esperanza y nos empapamos de fe. Necesitamos de ellas para no desfallecer. Solo nos queda ellas: la esperanza y la fe.

Moriremos si lo queremos. Necesitamos vivir. Nuestra especie ya ha salido ganadora de batallas como estas. Esta herida de muerte podría convertirse en una llaga que cicatriza y volver a regenerar carne limpia, nueva, otra vez.

Tenemos que ser en esta historia héroes para no desfallecer: el Ulises triunfador, el Quijote soñador, el Peter Pan de ilusión, el Jean Valjean misericordioso, el Raskolnikov liberado, el Jean Bond fascinante o el Robinson Crusoe victorioso. Te lo pido: ¡No nos podemos morir!

Tenemos que entender el mensaje. La vida nos pide que seamos hombres nuevamente. Que no juguemos a ser diosecillos tiranos y payasos. El odio, el desprecio y la esclavitud deben ser desterrados. Solo viviremos bien si nos aceptamos humanos, contingentes, finitos, hermanos, hijos de un mismo Dios. ¡Solo somos hombres!

Después de llorar a nuestros muertos -y secarnos nuestras lágrimas- es el tiempo de reinventar a la humanidad. Necesitamos volver a soñar juntos y mirar el horizonte. Necesitamos bajar del arca, levantarnos desde el sótano de la muerte y revivir. Te lo repito: ¡No nos podemos morir!