Claudio, la leyenda en expansión

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Fray Nicolás Vigo | Pocas personas tienen el nervio persuasivo para quedarse en la memoria y prolongar su nombre en el imaginario colectivo de un pueblo.

Un año después, Claudio no solo lo ha logrado, sino que su nombre ya suena a personaje, héroe y leyenda. De hecho, ya podemos hablar de la leyenda de Claudio Loayza, el motocrosista de los Andes.

Se trata de una personalidad encarnada y viva que, desde su historia, reforzará lo que se predica sobre el talante de los chotanos. Claudio es el testimonio eternizado de brío, firmeza y arte.

Solo el arte llevado al extremo es capaz de vencer obstáculos prediseñados para ponerse por encima de los desafíos vencibles: pedruscos insidiosos, curvas cegadas y vaivenes serpentinos de la pista polvorienta y arenosa de los circuitos del motocrós.

Sin duda, el terreno pone a prueba al artista sobre la moto. Se trata de una danza ritual, aérea y terrestre, que reta a la muerte y deja ver la destreza del acróbata inmortal. Un reto dinámico que se juega sobre la gravedad gravitante, la velocidad domesticada y las teorías de la física en movimiento. Claudio era especialista en todo ello. Un experto provocador, un danzante apasionado y audaz.

Como decía el romano Cicerón: «La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos». Los vivos tememos el legado precioso de recordar. De hacer memoria, en un ejercicio de anamnesis justiciera y reivindicadora.

Recordamos para seguir viviendo. Y vivimos porque recordamos. Tenemos el derecho de hacer que nuestros héroes convivan con nosotros. ¡Una vida apasionada no puede dejarse envolver por el tiempo! La memoria es un ejercicio justo de reclamo a la vida y una creativa rebeldía existencial.

Hay otra cuestión más. La destreza, el talento y la maestría son valores que se reclaman a unos para regalárselos a otros. Claudio era un maestro habilidoso, un pedagogo del arte, un mentor empeñoso de juventudes, un artista orgulloso de su público. Su vida estaba puesta sobre una moto, el cielo y la arena.

Claudio poseía la eternidad en su mirada. Sin duda, estaba marcado para ser inmortal. No solo su arte, su temple y su sencillez delataban en él singularidad y elección, sino también, estilo de vida: único, propio y original.

Recuerdo que, en el día de su funeral, rodeado de miles de personas. Allí, al frente, en el altar del Señor, con el corazón adolorido y la voz afectada, sentencié con aplomo, justicia y verdad: «Hoy nace una leyenda para la posteridad. La historia de Claudio empieza hoy. Su nombre perdurará entre nosotros, más que nosotros mismos».

Y así es. Así será. Así tiene que ser. El legado de Claudio Loayza, el motocrosista de los Andes, permanecerá en el acervo identitario colectivo, en las tramas de los héroes y mitos fundacionales, y, en el imaginario popular de los chotanos.

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