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Aprender a vivir felices

Nicolás Vigo | Parte de nuestra inteligencia emocional tiene que ver con la forma como vivimos. Es decir, los hábitos, las costumbres y nuestras relaciones interpersonales.

Es necesario saber cuidarnos a nosotros mismos, para pretender cuidar y entender a los otros. Es más, si fracasamos en nuestro propio conocimiento interior, quedamos inhabilitados para establecer relaciones interpersonales con los demás. Las relaciones que establezcamos serán estériles y conflictivas: tóxicas.

Para vivir felices, el primer paso que tenemos que dar es profundizar sin miedo y sin compasión en nuestro autoconocimiento. El viaje al interior de uno mismo lo tenemos que hacer sí o sí. Cuanto antes lo hagamos, mejor para nosotros.

Una vez cumplida esta tarea, debemos tener bien puestas, en su sitio, las tres A de la inteligencia emocional: autoestima, autoimagen y autoconcepto. Sólo de esta forma podremos vivir reconciliados y tranquilos. Y de este modo, nos convertiremos en amantes de la humanidad y provocaremos sinergias saludables y relaciones proactivas: fecundas.

También debemos cuidar nuestra mente. La tenemos que alimentar siempre con buenos pensamientos. Éstos tienen que ser positivos. La cultura siempre tiene que nutrir nuestra mente. Los libros tienen que dar viento y alas a nuestra creatividad.

Dice J. Swidt: “Los mejores médicos del mundo son los doctores dieta, reposo y alegría”. Del mismo modo, hay que cuidar nuestro cuerpo. Y esto es verdad. Probablemente es la asignatura que más descuidamos. Solemos comer mal. Bernabé Tierno dice sobre ello: “Durante la primera mitad de nuestra vida, salvo excepciones, la mayor parte de los mortales arruina su salud. Son los que, conscientes de su error, dedican la otra mitad de su vida a cuidarse y curarse”.

Es un gran error dejar de lado el deporte y encerrarnos en el sedentarismo. Muchas veces, los de las ciudades se hacen esclavos de los juegos y viajes virtuales, pero no se atreven a caminar y a disfrutar del deporte y la aventura liberadores.

En realidad, nuestro esfuerzo tiene que apuntar a lograr la armonía entre nuestra mente y nuestro cuerpo. Tenemos que ser conscientes que somos seres contingentes, que cada día morimos un poco. Nuestro reto es vivir bien y mejor el mayor tiempo posible. De vez en cuando, me repito la frase de Quevedo: “Temo la muerte, que mi miedo afea; amo la vida, con saber es muerte”.

Vista la vida de este modo, nuestro reto está en ser inteligentes, dueños serenos de nuestras emociones. Debemos hacer de las emociones positivas nuestra medicina cotidiana. La risa, la bondad y el optimismo tienen que ser las herramientas terapéuticas que nos hagan tener una vida feliz, interesante e interconectada con los demás.